2023/12/21 – Pedro José Zepeda
Mieko Kawakami (1976) Pechos y huevos, 2019;
Para el New York Times, uno de los diez mejores libros de 2020. Además. Su autora ha recibido, entre otros, los premios Akutagawa, Tanizaki y Murasaki Shikibu.
El libro hace un retrato de la feminidad de tres mujeres de una familia “working class”, desmembrada y pobre, del Japón. Explora, sobre todo, las relaciones entre el cuerpo de una mujer y su corazón.
Tres puntos de partida, tres destinos:
Makiko, la hermana mayor se hace cargo de Natsume, la menor, a la muerte, primero, de su madre y años después de su abuela, quienes cuidaban de las niñas desde que el padre se esfuma luego de uno de tantos arranques. Makiko fue poco a la escuela y vive al día: trabaja como animadora en un antro al que acuden hombres a tomar y a cantar. Va resolviendo las cosas como vienen y, a veces, también se divierte. A punto de cumplir cuarenta años, a Makiko no le gusta su cuerpo: sus pezones son demasiado oscuros (utiliza cremas para aclarárselos, pero sus efectos no son duraderos y le provocan ardores). Tampoco le gustan sus senos, caídos después de amamantar a su hija, Midoriko.
Midoriko: estudia, pero vive apanicada porque, según le presumen sus compañeras de la escuela, su cuerpo va a cambiar y se le vienen encima la regla (pechos y huevos). Y ella no quiere esos cambios. Se pregunta por qué no puede seguir teniendo el mismo cuerpo, y si su papel en la vida es embarazarse y procrear, lo que parece ser el destino de la mayoría de las mujeres. Así las cosas, decide no volverle a hablar a su madre y sólo se comunica con ella a través de una libreta.
Natsume, la protagonista, no fue mucho a la escuela, pero escribe …y no le va mal. Tiene dos mundos, ambos, esencialmente de mujeres): el de Makiko y Midoriko (con todas las complejidades del caso, se saben, se tienen las tres); y otro, más sofisticado, con más variantes y posibilidades para “lo femenino”, con mujeres escritoras y agentes de empresas editoriales. En su primera juventud, Natsume tuvo un gran amor, pero no prosperó: él la quería mucho y ella también a él. Pero a ella no le gusta el sexo, es más, le repugna. Pero sí quiere tener un hijo, parirlo.
Así inicia la historia:
“Cuando quieras saber lo pobre que es alguien, lo más rápido es preguntarle cuántas ventanas tenía la casa donde creció”.
“…si quieres hablar de pobreza, los únicos que pueden hacerlo de veras son, como es de suponer, los pobres. Los pobres en tiempo presente o aquellos que lo han sido en el pasado. Yo soy ambas cosas: nací pobre, sigo siendo pobre”.
“…al tener delante a Makiko de carne y hueso, hablando sin parar de las operaciones de aumento de pecho, me invadió una sensación de tristeza indescriptible. Era, para expresarlo de algún modo, algo parecido a lo que sientes cuando, en una estación, un hospital o a un lado del camino, contemplas [a lo lejos] …a una persona que charla sin parar…”
“El otro día, al cambiar de salón, una niña, no recuerdo quién, va y dice: Ya que he nacido mujer, quiero tener un hijo algún día… Eso de que …como eres mujer, debes dar vida, ¿no es ir demasiado lejos?”
“…las mujeres, al morir, no pueden convertirse en Buda …porque son impuras. […] Y si lo desean, con todas sus fuerzas, antes tienen que reencarnar en un hombre.”
“Últimamente, cuando estoy mirando algo, me duele la cabeza. Noto punzadas todo el tiempo. ¿Será porque me entran muchas cosas a través de los ojos? Todas esas cosas… ¿por dónde saldrán? ¿Y cómo? ¿En forma de palabras? ¿Convertidas en lágrimas? Pero si eres una persona que no llora y que no habla …se te va hinchando toda la parte que está conectada con los ojos …y te cuesta trabajo respirar …y seguro acabas por no poder abrir siquiera los ojos”.
“Las lágrimas brotaban de mis ojos sin cesar, pero no sabía de qué tipo de lágrimas se trataba. Es más que la suma de todos los sentimientos que conocía; del fondo de mi pecho brotaban otros que aún no tenían nombre”.
“Aquel cielo que iba expandiéndose hacia la nostalgia, hacía lo que aún no habíamos vivido …dibujaba suavemente los contornos de las nubes con matices de color violeta, rosado y azul oscuro. Parecía que, si aguzabas la vista, podías ver el viento que soplaba en lo alto del cielo y que, si alargabas la mano, podías acariciar la película que envolvía al mundo. El cielo reflejaba los colores como si fuera una melodía que no podrá ser interpretada una segunda vez”.
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