2024/08/09 – Pedro José Zepeda
Breve nota
Con “Acción de Gracias” se cierra la trilogía de novelas de Richard Ford protagonizadas por Frank Bascombe, iniciodas hace veinte años con El periodista deportivo, que consagró al autor como uno de los escritores más importantes de su generación; y continuó diez años después con El Día de la Independencia (con el que Ford se convirtió en el único autor que ha obtenido por el mismo libro y el mismo año los premios Pulitzer y PEN/Faulkner).
Acción de Gracias fue elegido Mejor Libro del Año 2007 por Los Angeles Times, The Washington Post, Time, The Christian Science Monitor, The Denver Post, New York Times y The Economist.
La trama:
Frank Bascombe tiene ahora 55 años y, aunque es un poco más gruñón, es relativamente feliz, si bien, eso, sólo relativamente. Sigue trabajando como agente inmobiliario, ahora al mando de su propia empresa, en Sea-Clift, en la zona costera de Nueva Jersey, a donde se mudó a vivir con Sally, su segunda esposa. Sin embargo, la vida –que siempre abre insospechados caminos–, lo sorprende cuando reaparece el esposo “muerto” de Sally y, pocos meses después, se entera y comienza un tratamiento no demasiado invasivo de un cáncer de próstata. Lo demás es lo de siempre, dos hijos disfuncionales: Clarissa, brillante abogada egresada de Harvard que pasa por una etapa de experimentación de sus preferencias sexuales; y Paul, quien no concluyó sus estudios, vive en Kansas City donde trabaja como creativo de frases para tarjetas de todo tipo de eventos sociales y, de a tiro por viaje, choca explosivamente con su padre. Y un tercer hijo, que murió a los nueve años y fue el detonante involuntario del divorcio de Frank y Ann, su primera mujer.
En Acción de Gracias, en otra road novel de pocos kilómetros pero largas distancias, Frank Bascombe, (como cualquiera de nosotros), filosofa, saltando sin lógica precisa de un pensamiento a otro, respondiendo a los estímulos que emiten los paisajes que recorre en su suburban, las personas y lugares que visita, y los recuerdos de distintos momentos de su pasado. Así, conocemos a Mike, socio y tal vez el único discípulo de Frank nacido en el Tibet, budista y republicano; y a algunas mujeres importantes en su vida, como la pudorosa Marguerite, la rudísima Vicki/Ricki y la insondable Bernice Podmanicsky. Todo esto ocurre en unos cuantos días antes y después del Día de acción de gracias del año 2000, mientras Bush y Gore disputan el resultado de las elecciones en Florida. Su conclusión, después de una catastrófica cena de acción de gracias, cuando se interna en una etapa de relativa estabilidad en la que, sin embargo, comienza a ver la cercanía de su propio final, e intenta aceptarse a sí mismo y a los que le rodean: «No hay escape de la vida, hay que afrontarla en su totalidad».
Algunas reflexiones sobre esta gran novela
Dice Rodrigo Fresán que hay pocas cosas más irreales que la novela realista; que ese perfecto orden en capítulos, ese fluir continuo de los acontecimientos, ese ritmo perfecto en la construcción de los conflictos y su resolución que caracteriza la producción novelística del siglo XIX y buena parte de la del siglo XX, lo que hace es destilar el perfume más concentrado y medular de la no-ficción (la realidad) que nos rodea. Sólo así se hace una buena novela.
Dice también que, por tanto, Acción de Gracias es una novela más real que realista, porque no manipula ni potencia ni recorta la realidad, sino que la hace su tema, pero se la entrega a un personaje para que la deshaga y, al mismo tiempo, haga con ella lo que le plazca.
Eso es precisamente lo que hace Frank Bascombe. Y lo hace con gran maestría. Aunque sólo he leído “El cronista deportivo” y “Acción de gracias”, puedo sentir cómo envejece Bascombe; cómo, a la par que su cuerpo, cambian también sus pensamientos, su manera de entender y moverse por la vida y sus circunstancias, que, como telón de fondo, esbozan profundas transformaciones en la sociedad norteamericana.
Tiene tal fuerza la historia que nos narra Bascombe en primera persona, que nos hace recordar personajes de la talla de Hucklberry Finn de Mark Twain, de Harry Armstrong en la tetralogía de los conejos de John Updike, de Nathan Zuckerman en la trilogía americana de Phillip Roth, o de Eugene Gant en los dos libros majestuosos de Thomas Wolfe.
Termino con otra cita de Fresán: Con Frank Bascombe, Ford logra, como muy pocos en la historia de las letras norteamericanas, una voz, una particular manera de pensar y una peculiar forma de moverse en el mundo durante unos cuantos días, cuyo centro es el día de Acción de Gracias; una voz que nos va envolviendo hasta que, de pronto y casi sin darnos cuenta terminamos convertidos en Bascombe. No es gratuito que John Banville –maestro de la singular primera persona posesiva– sea un admirador confeso de las novelas de este personaje.
Se ha dicho de esta novela:
«Una experiencia que trasciende la mera lectura. La trilogía de Frank Bascombe es una sobrecogedora obra maestra» (Andre Bernard, New York Observer).
«Richard Ford nos enseña que la vida nunca es sencilla ni plácida. Luchamos y nos esforzamos, amamos y perdemos. Y sin embargo nunca dejamos de avanzar hasta alcanzar ese ocasional momento de completa comprensión» (Stephen Lyons, Chicago Sun-Times).
«Frank Bascombe se ha convertido en un improbable Virgilio que nos guía a través del moderno purgatorio norteamericano de grandes superficies comerciales de carretera, poblaciones en lenta decadencia y acogedores barrios residenciales. Nos recuerda que el sentido se esconde en cualquier parte, incluso en los lugares más feos o banales» (J. Turrentine, Washington Post).
«La celebración de otro feriado ineludible para el hombre norteamericano funciona para Bascombe (y Ford) como la ocasión perfecta para preguntarse qué cuernos es lo que se supone que uno tiene que agradecer y a quién. El lector, en cambio, no tiene problemas para responder rápida y correctamente: hay que agradecerle a Richard Ford la escritura y la publicación de Acción de Gracias» (Rodrigo Fresán, Página/12).
Un poco sobre Richard Ford:
Ford no había leído prácticamente nada hasta los 18 años, en parte debido a su dislexia. Según él, esa condición lo hizo un lector lento. «Leo mucho. Leo todo el tiempo, pero soy lento. Y sé que voy a llegar al final de mi vida sin haber leído los libros que debía haber leído». Eso, al mismo tiempo, le ha ayudado a la hora de escribir. «Me hace ser más cuidadoso».
Siendo Ford aficionado al boxeo y al atletismo, trabajó en Nueva York como cronista deportivo en la revista Inside Sports hasta que cerró, y como lo rechazaron en Sports Illustrated, decidió retornar a la ficción, al fin y al cabo, según él, “la tradición del periodismo deportivo estadounidense posee cierto lado literario».
Se ha querido ver a Frank Bascombre como álter ego de Ford y considerar sus historias como autobiográficas: ambos nacieron en Misisipi, fueron hijos únicos, se quedaron huérfanos de padre en la adolescencia, quisieron ser escritores y trabajaron como periodistas deportivos. A lo que Ford contesta: «Pero yo no tengo dos ex mujeres, ni hijos, no soy agente inmobiliario, ni he ido a la universidad de Michigan… Las buenas novelas no son autobiográficas… una buena novela es la que utiliza la imaginación para provocar en el lector que experimente lo impredecible. Y eso sólo sucede cuando el escritor imagina cosas que están muy lejos de su propia vida cándida».
Estudió, entre otras, en las universidades de California, en Irvine; Washington, en San Luis; y en la Estatal de Michigan. Ha trabajado en el Bowdoin College en Maine (considerado New Ivy) y en la Universidad de Columbia en Nueva York.
Es miembro de la Academia Estadounidenses de las Artes y las Letras; de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias; de la Real Sociedad de Literatura, y, entre otros reconocimientos, fue ganador del premio Princesa de Asturias de las Letras; y de la Medalla Andrew Carnegie.
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