2024/02/07 – Pedro José Zepeda
Acabo de terminar “Más allá del olvido” (1996) de Patrick Modiano (1945, Boulogne-Billanancourt, Francia).
En una reseña reciente de otra novela de este Premio Nobel francés, parafraseando a uno de los estudiosos de su obra, apunté que “…es un exquisito explorador del pasado que revive con gran viveza y sensibilidad”. Este y otros comentarios valen también para “Más allá del olvido”.
Es una historia que comienza en 1965, y brinca en el tiempo, con episodios y reflexiones que, sin ser exhaustivos, abarcan treinta años). Es también una historia que inicia y transcurre en buena medida en París, e incluye la ambientación en paisajes deliciosos de esa bellísima ciudad, narrados por un profundo conocedor y amante de sus recovecos (aunque ahora una pequeña parte ocurre también en Londres). Y es también una historia que se apoya en la vida de Modiano, iniciando cuando, con veinte años de edad, recién ha llegado a París con la intensión ser escritor y, en invierno, conoce a los otros dos protagonistas: una pareja de paso por la ciudad, él adicto al juego, y ella, inefable, atractiva, siempre con una chaqueta de cuero inapropiada para el frío parisino, y con el sueño de establecerse en Mallorca. Como la pareja viaja sin equipaje, y el joven vive sin propósitos definidos y mucho menos definitivos, las relaciones del trío se desparraman hacia donde las lleva el viento. Desgraciadamente, a pesar de su intensidad, no demasiado lejos. Tiempo después, son rememoradas, con nostalgia por el joven escritor.
A diferencia, por ejemplo, de Dora Bruder, la estructura de esta novela es sencilla: El protagonista recuerda distintos momentos de su vida a partir del momento en que, siendo joven y trabajando como vendedor de libros, conoce a Jacqueline y Gérard, quienes buscan una oficina de correos para enviar una carta y se ofrece a acompañarlos. Luego de varios encuentros en un café de la Rue Dante, un día que Gérard se va a jugar a un casino fuera de París, Jacqueline y el joven escritor deciden dejar salir aflorar sus deseos y terminan escapándose a Londres. Poco dura el sueño; a su regreso a París, luego de un efímero reencuentro del trío, la pareja sigue su camino.
Sin embargo, “Más allá del olvido”, queda el recuerdo, nostálgico, poderoso, de un erotismo sutilmente sugerido por el joven protagonista sin nombre.
“La última noche me desperté a eso de las cinco y ya no pude volver a conciliar el sueño. Ma hallaba probablemente en la cama de Jacqueline, y el tic-tac del despertador era tan intenso que quería guardarlo en el armario o esconderlo bajo la almohada. Pero tenía miedo del silencio.”
“Otro nombre sin rostro que flota en mi memoria, pero cuyas sílabas conservan la resonancia, como todos los nombres que hemos oído a los veinte años”.
“Bastante tiempo después encontré, en el fondo de una caja de zapatos llena de viejas cartas, la fotografía de Holland Park, y me conmovió la ingenuidad de nuestros rostros. Inspirábamos confianza. No teníamos ningún mérito, salvo aquel que la juventud otorga por muy poco tiempo a cualquiera, como una vaga promesa que jamás será cumplida.”
“Llegaba sin duda al final de un periodo de mi vida. Aquel periodo había durado una quincena de años, y ahora atravesaba un tiempo muerto antes del cambio de piel”. […] Me sentía ligero. Ya no tenía que rendir cuentas a nadie, ya ni había escusas ni mentiras que tramar. Iba a convertirme en otro, y la metamorfosis sería tan profunda que ninguno de aquellos a los que había conocido… sería capaz de reconocerme.”
“Ya no quedaba nada de aquellos años. Y si la felicidad consistía en aquella embriaguez pasajera que experimentaba aquella tarde, entonces, por primera vez en mi vida, era feliz.”
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